Introducción
El presente trabajo se propone indagar el modo en que se ubica el psicoanálisis respecto de los diversos elementos que, históricamente, el dispositivo de la sexualidad ha ido desarrollando. Persiguiendo tal objetivo, comenzaremos exponiendo la historia que propone Foucault de las técnicas y los discursos creados en torno al sexo, e intentaremos dar cuenta de su integración en amplias estrategias de poder para finalmente, pasar a situar en relación a estos desarrollos, la emergencia del psicoanálisis en sus puntos de viraje o continuidad con el dispositivo que se ha creado en los últimos siglos, y al que se ha hecho proliferar hasta la actualidad: el dispositivo de la sexualidad.
En este sentido es que intentaremos rastrear la forma en que Foucault llega a aseverar que la historia de la sexualidad, puede tener el valor de una arqueología del psicoanálisis, considerando a éste último como el punto culminante de la historia de la sexualidad[1].
La sexualidad como dispositivo
En primer lugar es necesario tener en cuenta la noción foucaultiana de “dispositivo”. Tal como Foucault lo plantea en la entrevista realizada por los colaboradores de la revista Ornicar?, publicada bajo el título “El juego de Michel Foucault”, un dispositivo es un conjunto de elementos heterogéneos que comprende tanto elementos discursivos como no discursivos y, más precisamente “el dispositivo es la red que puede establecerse entre estos elementos”[2]. Asimismo, el dispositivo se ubica en una posición estratégica dominante, ya que se constituye con la función de responder a una urgencia, de alcanzar un objetivo estratégico y, por consiguiente, supone siempre una intervención en relaciones de fuerza y se inscribe en un juego de poder. Poder productor, entre otras cosas, de saberes que constituyen un soporte para el dispositivo, a la vez que son sostenidos por éste.
Esta definición nos permite comprender al dispositivo de la sexualidad
como una gran red superficial donde la estimulación de los cuerpos , la intensificación de los placeres, la incitación al discurso, la formación de conocimiento, el refuerzo de los controles y las resistencias se encadenan unos con otros según grandes estrategias de saber y de poder[3].
Prácticas y discursos en los que se inscribe el psicoanálisis.
En el intento de indagar, tal como ha sido planteado en la introducción, el modo en que la historia de la sexualidad puede servir como arqueología del psicoanálisis, es necesario contar con un panorama de los discursos y prácticas en los que se inscribe la disciplina creada por Freud.
Foucault señala que tradicionalmente, se ubica a partir del siglo XVII, una etapa de represión de la sexualidad, de silenciamiento de sus manifestaciones, etapa que encontraría un comienzo de declinación en el siglo XX. Sería éste, entonces, el momento en que las prohibiciones de la etapa precedente comienzan a ceder y en que se produciría un relajamiento de los mecanismos de represión a los que se suponía operando sobre la sexualidad.
Foucault, en cambio, sostiene que en lugar de represión sobre el sexo, lo que puede encontrarse es una proliferación, a partir del siglo XVII, de discursos sobre el sexo en distintas esferas de poder, una conminación a hacer hablar al sexo y una obstinación en oír hablar de sexo desde distintos sectores de ejercicio de poder.
El propósito de Foucault es, no tanto comprobar que la hipótesis que denuncia una supuesta represión del sexo sea falsa, sino lograr integrar los discursos que la sostienen, en una amplia estrategia de poder. Poder polimorfo que no se agota en los mecanismos negativos de la prohibición, la represión y la limitación (como lo concebiría la historia tradicional), sino que opera en forma estratégica con mecanismos de control y de normalización. Poder productivo, que sostiene una voluntad de saber, y que crea técnicas, discursos, instituciones y saberes.
Con esa analítica del poder que propone, Foucault intenta integrar en un mismo dispositivo, tanto los discursos que a partir del siglo XVII hablaron del sexo guiados por el objetivo de hallar en él algo del orden de la verdad, como aquellos que ubican en la misma etapa un período de represión del sexo.
La confesión. Como elemento fundamental del dispositivo de la sexualidad, Foucault ubica a la práctica de la confesión, entendida como “todos los procedimientos por medio de los cuales se incita al sujeto a producir sobre su sexualidad un discurso de verdad que es capaz de tener efectos sobre el mismo sujeto”[4] . En la historia que plantea, se propone rastrear el modo en que el sexo dejó de ser tan solo un asunto de carne, placeres y sensaciones, para pasar a ser llamado a decir algo acerca de la verdad del hombre.
Este proyecto de hacer hablar al sexo, tiene su origen en la tradición ascética y monástica, y estuvo ligado originariamente a la penitencia. Es recién en el siglo XVII, a partir del Concilio de Trento, cuando comienza a expandirse. El dominio de la confesión no sólo se amplía con respecto a quiénes deben confesarse, sino también acerca de qué debe confesarse. Ya no basta que se confiesen las acciones llevadas a cabo en el acto sexual, sino que se ejerce una coerción para que se confiesen los detalles más minuciosos de las sensaciones, los placeres, los pensamientos y deseos que lo acompañan. Ahora bien, la técnica de la confesión no quedó relegada únicamente a la institución eclesiástica, sino que fue expandida hacia otras áreas por mecanismos de poder para cuyo funcionamiento los discursos sobre el sexo eran de capital importancia.
Foucault marca en el siglo XVIII el nacimiento de una incitación política, económica y técnica a hablar del sexo, a analizarlo, a contabilizarlo, a clasificarlo y principalmente a administrarlo. Acerca del sexo se debe hablar con el fin de dirigirlo y de insertarlo en sistemas de utilidad: “policía del sexo: es decir, no el rigor de una prohibición, sino la necesidad de reglamentar el sexo mediante discursos útiles y públicos”[5] con el fin de mejorar las fuerzas colectivas e individuales.
Los diversos focos desde los que se impuso una coacción a hablar exhaustivamente del sexo fueron principalmente la medicina, la psiquiatría, la psicopedagogía, la psicología, la moral, la política, la justicia penal. A partir de las confesiones obtenidas desde estos ámbitos fue posible conformar una especie de archivo del sexo en base al cual, desde el siglo XIX, se produjo un refuerzo de las heterogeneidades sexuales, una “implantación múltiple de las “perversiones””[6] y se utilizó este amplio repertorio de sexualidades dispares como principio de especificación de los individuos.
El sexo fue considerado un asunto central en el análisis de la herencia, dado que se le otorgó una responsabilidad biológica respecto de la especie: en el caso de no controlarse podía tener efectos patológicos para las generaciones futuras. Basada en estas premisas, la teoría de la degeneración dio lugar a programas de eugenesia que, junto y en íntima articulación con la medicina de las perversiones, constituyeron el núcleo de la tecnología del sexo en el siglo XIX.
El siglo XIX fue el momento en que Occidente desarrolló acerca del sexo, múltiples discursos de pretensión científica, dando origen a una scientia sexualis. Toda esta serie discursos que buscaban decir la verdad del sexo, dieron particular privilegio a la técnica de la confesión. Pero el confesor ya no fue solo el encargado de juzgar, perdonar o castigar, sino que debía arrancar a quien se confesaba, algo del orden de la verdad. Se logró integrar la técnica de la confesión a la ciencia combinándola con el examen, descifrando lo confesado en términos de síndromes y síntomas; adjudicando al sexo un poder causal inagotable que lo tornaba portador de ilimitados peligros; postulando una “latencia intrínseca de la sexualidad”[7] según la cual la sexualidad sería aquello que está escondido para el propio sujeto; sosteniendo que se debe descifrar e interpretar lo que el sujeto confiesa para acceder a un discurso verdadero; medicalizando los efectos de la confesión, es decir, introduciéndolos en el régimen de lo normal y lo patológico y adjudicándole al sexo capacidad de curar y de enfermar. Foucault adjudica a la scientia sexualis el papel de medio a través del cual pudo constituirse algo como la sexualidad, ya que fue por medio de ella que el sexo dejó de ser considerado tan solo asunto de placer, para inscribirse en el régimen del saber.
Pues bien, todas estas incitaciones a hablar del sexo y de sus placeres, ubican en torno al sexo y al cuerpo “espirales perpetuas del poder y del placer”[8]. Se extiende el dominio del poder pero también se lo sensualiza, dado que se halla placer en el ejercicio mismo de ese poder de interrogar, vigilar, acechar, extraer saber sobre el placer. Al mismo tiempo, el placer que es llamado a confesarse, es singularizado, fijado y animado por el poder que se encarga de sacarlo a la luz. De este modo se producen dos efectos simultáneos: “el placer irradia sobre el poder que lo persigue; el poder ancla el placer que acaba de desembozar”[9].
Foucault afirma que en las relaciones de poder, la sexualidad es uno de los elementos que está dotado de mayor instrumentalidad y que es utilizado en las estrategias más diversas. Entre ellas ubica el desarrollo, a partir del siglo XVIII, de cuatro “conjuntos estratégicos que despliegan a propósito del sexo, dispositivos específicos de saber y de poder”[10]. Ellos son: la histerización del cuerpo de la mujer, proceso según el cual se analizó al cuerpo de la mujer como cuerpo saturado de sexualidad, se lo integró al campo de las prácticas médicas y se lo vinculó con el cuerpo social, con el espacio familiar y con la vida de los niños; pedagogización del sexo del niño, bajo la convicción de que la práctica sexual infantil conlleva peligros físicos y morales, colectivos e individuales; socialización de las conductas procreadoras, proceso por el cual se inscribió el sexo de las parejas en el campo económico y político adjudicándole a las parejas cierta responsabilidad respecto del cuerpo social en su conjunto, y fue inscripto también en el campo de la medicina en virtud del efecto patógeno para el individuo y para la especie, que puede ocasionar el sexo; y por último, psiquiatrización del placer perverso, proceso a través del cual “el instinto sexual fue aislado como instinto biológico y psíquico autónomo”[11], se llevó a cabo un análisis detallado de las heterogeneidades sexuales, y se creó toda una tecnología con el fin de corregir las anomalías que pudieran presentarse. La proliferación de discursos en estos conjuntos estratégicos más que el descubrimiento de la naturaleza oscura del sexo, constituye “la producción misma de la sexualidad”[12].
Emergencia del psicoanálisis
Tras haber expuesto brevemente el modo en que fue constituyéndose el dispositivo de la sexualidad, sus discursos, sus prácticas, sus técnicas y su dominio, intentaré exponer a continuación, cómo se ubica el psicoanálisis con respecto a esos elementos, el modo en que Foucault plantea su difusión y cómo llega a afirmar que “en su emergencia histórica, el psicoanálisis no puede disociarse de la generalización del dispositivo de sexualidad”[13].
Foucault señala que el dispositivo de la sexualidad fue formado y aplicado, en principio, por las clases dirigentes y privilegiadas económicamente. Fue la burguesía la primera en considerar a “su propio sexo como cosa importante, frágil tesoro, secreto que era indispensable conocer”[14].
Detrás de esta autosexualización por parte de la burguesía, Foucault ubica el proyecto de adjudicarse un valor diferencial respecto de las clases populares. La burguesía se habría empeñado, desde el siglo XVIII, en proveerse una sexualidad para construir en base a ella, un cuerpo que le diera una especificidad y que constituyera su rasgo diferencial.
Las capas populares solo posteriormente, en el curso del siglo XIX, fueron alcanzadas por el dispositivo de la sexualidad, pero los objetivos en juego eran muy distintos de aquellos que la burguesía perseguía al adjudicarse a sí misma una sexualidad: la extensión del dispositivo a las clases populares se llevó a cabo con fines de sujeción política y control económico.
Al generalizarse el dispositivo de la sexualidad, la posesión de un cuerpo sexual perdió el valor de rasgo distintivo de la burguesía, motivo por el cual se hizo necesario introducir un nuevo elemento diferenciador que le sirviera a la burguesía para marcar, a partir de allí, su singularidad de clase. Vemos surgir en ese momento, la teoría de la represión. Lo específicamente burgués comenzará a ser, entonces, el modo en que opera sobre su sexualidad, la prohibición.
Pues bien, es justamente en este momento en que el psicoanálisis se inserta postulando un vínculo esencial entre la Ley (Ley de prohibición del incesto y Ley que instaura una falta) y el deseo. Como se expuso anteriormente, Foucault se opone a la noción jurídico-discursiva del poder, que plantea un poder cuyos únicos mecanismos posibles son los de la prohibición, la represión, el límite y la carencia. Es precisamente ésta, la noción de poder que sostiene la concepción psicoanalítica del deseo: ya sea como deseo reprimido o, como podría situarse desde Lacan, deseo como consecuencia de una falta estructural instaurada por la Ley. Resaltemos ahora que Foucault propone pensar al sexo como una construcción del dispositivo de la sexualidad, dispositivo producido por estrategias de poder que se diferencian del poder de la soberanía. Por lo tanto “se trata de pensar el sexo sin la ley y, a la vez, el poder sin rey”[15]
Asimismo, el psicoanálisis, proveyó a la burguesía de otro rasgo particular: el privilegio distintivo de experimentar más que los demás, lo que reprime su sexualidad y de contar con un método que abriera la posibilidad de vencer la represión y les permitiera poner en discurso su deseo incestuoso.
Dispositivo de la sexualidad – dispositivo de la alianza. El psicoanálisis en el dispositivo de la sexualidad cumple otro importante papel: logra articular el dispositivo de la alianza y el dispositivo de la sexualidad de modo tal que este último aparece operando como sostén del primero. Veamos cómo lo logra ya que se trata de dispositivos que, a pesar de referirse ambos a los compañeros sexuales, pueden oponerse término a término.
El dispositivo de la alianza está fundado en principios jurídicos, cumple una función de fijación, opera fundamentalmente bajo la forma de la ley definiendo lo prohibido y lo permitido, determina la transmisión de nombres y bienes, rige el desarrollo del parentesco; lo pertinente para su funcionamiento es “el lazo entre dos personas de estatuto definido”[16]; tiende a mantener una homeostasis del cuerpo social. En cambio, el dispositivo de la sexualidad opera según técnicas no fijas sino móviles, polimorfas y coyunturales de poder; extiende permanentemente sus dominios y formas de control; es normativo; en él lo pertinente son la calidad de los placeres y sensaciones del cuerpo; está orientado no a reproducir sino a innovar, a controlar las poblaciones de manera global y a penetrar los cuerpos cada vez más detalladamente. De este modo, Foucault ubica al dispositivo de la sexualidad como el producto de formas de poder recientes que comenzaron a ejercerse fundamentalmente con el surgimiento de la burguesía.
Ahora bien, históricamente, el dispositivo de la sexualidad se erigió a partir del dispositivo de la alianza. Desde el siglo XVIII se desarrolló en la dirección de conciencias y en la pedagogía, pero planteando principalmente las problemáticas de las relaciones prohibidas y permitidas. En el curso del siglo XVIII la familia se constituye en el núcleo de todos los infortunios del sexo y, desde mediados del siglo XIX, se la puede encontrar sometiéndose a exámenes y arrancándose difíciles confesiones, incomodada por la sexualidad que la saturaba. Las intervenciones a las que se sometía buscaban separar del sistema de la alianza, el dominio de la sexualidad.
Es justamente en este espacio donde se alojó el psicoanálisis proponiéndose en un principio, recorrer la sexualidad por fuera de la familia. Pero resultó ser que en el corazón mismo de esa sexualidad, volvió a encontrar la ley de la alianza, el incesto, aunque esta vez las relaciones se invierten: si en un principio la ley de la alianza codificaba esa sexualidad en plena constitución, “con el psicoanálisis, la sexualidad da cuerpo y vida a las reglas de la alianza saturándolas de deseo”[17]. Es posible ubicar en este punto lo que Foucault llama la retroversión histórica del psicoanálisis, ya que halla operando en el núcleo del dispositivo de la sexualidad al antiguo orden de poder bajo la forma de la Ley de la alianza.
Es este el valor que desde el psicoanálisis se le adjudica al Complejo de Edipo: la sexualización de los vínculos familiares y la universalidad del deseo incestuoso, para apoyar entonces, la universalidad de la ley de prohibición del incesto y ubicar sexualidad y deseo bajo la Ley.
Posición psicoanalítica respecto de la teoría de la degeneración. En el último capítulo de La historia de la sexualidad 1. La voluntad de saber, titulado “Derecho de muerte y poder sobre la vida”, Foucault lleva a cabo un desarrollo mediante el que intenta dar cuenta de una nueva tecnología de invasión del cuerpo, que surge en el siglo XIX y cuya vía de penetración va dejando de ser la palabra, para centrarse en el orden de lo biológico[18]: comienza a cobrar forma lo que Foucault denomina el bio-poder.
Foucault ubica a partir del siglo XVII el desarrollo de un poder sobre la vida que procura administrarla, multiplicarla, controlarla y regularla. El ejercicio de este poder se llevó a cabo en dos formas: una centrada en la idea de cuerpo como máquina, que tuvo como protagonistas a las disciplinas que ejercían vigilancias infinitesimales, apuntaban al adiestramiento del cuerpo, buscaban su docilidad y su utilidad, la intensificación de la fuerza y la economía de la energía. Esta forma en que se ejerció el poder sobre la vida es denominada por Foucault: anatomopolítica del cuerpo humano. La segunda forma que adquiere el poder sobre la vida es una biopolítica de la población, que interviene por toda una serie de controles reguladores de la población y se centra en el cuerpo-especie, cuerpo que es sede de procesos biológicos.
La articulación de ambas técnicas se realizará a nivel de la tecnología de poder desarrollada en el siglo XIX, dentro de la cual el dispositivo de la sexualidad constituye uno de los puntos centrales, ya que el sexo sirve como vía de acceso a la vida del cuerpo, al tiempo que permite acceder a la vida de la especie. De ahí que en el siglo XIX, la sexualidad se constituyera en objeto y blanco de los controles más detallados y fuera minuciosamente analizada y perseguida en todos los ámbitos de la vida humana por los mecanismos de este bio-poder que, entre otras cosas, contribuye a la formación del racismo en su forma moderna, biologizante.
En este punto, Foucault señala que el psicoanálisis, en su oposición a la teoría de la degeneración y al racismo, introduce una retroversión histórica al reinscribir (ya hemos visto de qué manera) la temática de la sexualidad en el sistema de la ley de la alianza, lo que implica ubicarla bajo un orden soberano, pero en el polo opuesto al orden de la sangre y la herencia, que es el orden bajo el cual la sexualidad ha sido ubicada por el racismo desde la segunda mitad del siglo XIX:
Es el honor político del psicoanálisis haber sospechado […] lo que podía haber de irreparablemente proliferante en esos mecanismos de poder que pretendían controlar y administrar lo cotidiano de la sexualidad: de ahí el esfuerzo freudiano para poner la ley como principio de la sexualidad. [19]
Por ende, un punto de ruptura que marca el psicoanálisis respecto de los discursos que lo preceden, es que, a pesar de adherir a la inscripción de las perversiones en el campo de la medicina y por lo tanto, abordarlas en términos de normalidad y patología, no las ubicó en relación con la herencia. Postura que lo llevó a oponerse a la teoría de la degeneración tan predominante en la época, y a abandonar decisivamente el sistema perversión-herencia-degeneración.
Por otra parte, no podemos perder de vista la correlación que establece Freud entre neurosis y perversión que, a pesar de no ser una correlación término a término, obliga a abandonar la separación tajante entre sexualidad perversa y sexualidad normal (mientras sea posible aproximar neurosis y normalidad). En sus Tres ensayos de teoría sexual lo plantea de la siguiente manera: “la pulsión sexual de los psiconeuróticos permite discernir todas las aberraciones que […] hemos estudiado como variaciones respecto de la vida sexual normal y manifestaciones de la patológica”[20].
El psicoanálisis se inscribe en una serie de innumerables discursos que habían descrito y clasificado un amplio repertorio de disparidades sexuales y perversiones, al que contribuye a ampliar hasta el campo de la neurosis, como hemos visto, y al que afirma como universal durante la infancia, denominando a esta última el período de la “disposición perversa polimorfa”[21]. Por lo tanto, es posible ubicar en este punto una ampliación de las vías de penetración del dispositivo de la sexualidad, llevada a cabo por el psicoanálisis.
Ahora bien, podría objetarse que es posible hallar en Freud una concepción de sexualidad normal (opuesta a la sexualidad perversa) en términos de subordinación de las pulsiones parciales al primado de los genitales, con fines reproductivos[22] y dirigida hacia un objeto heterosexual y exogámico[23]. Como lo plantea en varios pasajes de su obra, esta organización se alcanzaría tras el sepultamiento, vía Complejo de Castración, del Complejo de Edipo. Esto permite entender al pasaje por el Complejo de Edipo como un mecanismo normalizador de la sexualidad, que habilitaría la represión de la disposición perversa polimorfa infantil, y tras el cual recién encontraríamos a un sujeto en posición sexual femenina o masculina, normal. Sin embargo, no podemos perder de vista que para Freud, esta normalización es sostenida solo en términos ideales, y nunca es alcanzada realmente sino en forma incompleta. De este modo llega a aseverar que “la masculinidad y feminidad puras siguen siendo construcciones teóricas de contenido incierto”[24]. Observamos así, que no existe en Freud una separación tajante entre lo normal y lo patológico, que sí es posible ubicar en los discursos que lo preceden.
La confesión en psicoanálisis. En la clínica psicoanalítica, la confesión adquiere un nuevo sentido: se persigue con ella, el levantamineto de la represión. Sin embargo, éste nuevo sentido, lejos está de implicar una ruptura respecto a cómo había sido practicada la confesión anteriormente. Antes bien, las técnicas utilizadas en las terapias psicoanalíticas, tales como la asociación libre y la interpretación por parte del analista de lo que el analizado relata, son completamente coherentes con la forma que adquirió la confesión en la scientia sexualis. Además de ubicar al psicoanalista en una posición de saber-poder en relación al analizado (en todos los sentidos del término “análisis”), el psicoanálisis continúa ubicando al sexo en el centro de una petición de saber, como asunto de verdad, como causa inagotable.
Comentarios finales
Los elementos que proporciona la obra de Foucault para pensar al psicoanálisis, permiten elucidar algunos de los procesos históricos y políticos que impulsaron la construcción de la teoría, que fomentan su difusión, y que se sirven de sus argumentos. En definitiva, permite integrar la teoría y la práctica psicoanalítica en una estrategia de poder. Como resultado de esta elucidación, ya no puede desconocerse el carácter histórico del objeto en el cual el psicoanálisis basa su teoría: la sexualidad.
Se plasma también la relación poder-saber-placer que sostiene la práctica psicoanalítica y, en este punto cabe la posibilidad de preguntarse si es posible desarrollar una práctica terapéutica en la que el terapeuta no se ubique en una posición de poder respecto al paciente.
Posiblemente interrogantes como éste queden abiertos, pero el hecho de no encontrar una respuesta en las condiciones actuales, no significa que problematizar tales cuestiones sea una empresa estéril. Por el contrario, permite volver a pensar nociones que se presentan como inmutables y que resultaría fructífero cuestionar, no necesariamente para desecharlas, sino posiblemente para enriquecerlas. En consiguiente, una opción que se abre al psicoanálisis, es tomar en cuenta propuestas como las de Foucault y valorar su objeto de estudio en su condición histórica, en virtud de responder a las demandas contemporáneas que, tal vez, no sean susceptibles de ser analizadas con categorías que se pretenden ahistóricas.
BIBLIOGRAFÍA
Primaria
- FOUCAULT, Michel: Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber (1976), México, Siglo XXI, 1977.
Secundaria
- FREUD, Sigmund: “Tres Ensayos de Teoría Sexual” (1905), Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1978, tomo VII.
- FREUD, Sigmund: “El sepultamiento del complejo de Edipo” (1924), Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, s.f., tomo XIX.
- FREUD, Sigmund: “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos” (1925), Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, s.f., tomo XIX
- GROSRICHARD, Alain: “El juego de Michel Foucault” en Revista Argentina de Psicología, Vol. 10, Buenos Aires, 1980, pp. 15-47.
- MACEY, David: Las vidas de Michel Foucault, Madrid, Cátedra, 1995.
- ORTIZ, Adrián: "Psicoanálisis, Foucault ¿relación? Apuntes para una lectura de la Historia de la sexualidad, tomo I, “La voluntad de saber”, en http://www.elseminario.com.ar.
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